viernes, 8 de febrero de 2008

YO, PEQUEÑITA, Y MI PADRE

Solo creo que mi experiencia
arranca en la sabiduría,
de mi crianza, la de esa gente
que vino no sé de donde
allende el mar, lejos a porfía.
¿El mapa? –tal vez ni lo conocían
¿Yo?... tampoco y por ello no preguntaba
no preguntaba… porque no sabía
que los mapas existían.
Ella, mi madre mayor,
de la Biblia regocijaba su esplendor
y palmo a palmo conocí
su real sabiduría
que si un proverbio comentaba
con una anécdota feliz la cimentaba.
Yo aprendía dichosa,
¡Qué curioso! ¡qué extraño!
con tan pocos años… ya en esas cosas!

Hasta recitaba algún Salmo
que murmuraba suave,
en tono seguro y calmo.
Y en esas anocheceres de antaño
aprendí a mirar al Cielo,
a descurbrir el magnifico Lucero,
y a maravillarme de la redondez de la Luna.
Allí comenzó mi acumulación de Fortuna.
Así se armó mi experiencia
poco a poco se cimentó mi decencia,
y aprendí que con dulzura
no hay humano que te de gota de amargura.

Recuerdo el silencio
de mi padre allí escuchando
mi relato, paso a paso mi quehacer diario,
con un gesto aprobando
o con el ceño en un gesto severo
su desacuerdo manifestando.

Noches había
en que él salía.
¿Qué de quedarme sola
miedo tenía?
No me avergüenza
confesar que sí,
hasta que me dormía.
Yo le sentía cuando al volver,
la tibieza de sus manos
abriendo mis puños cerrados,
en mi pecho creía lo que
no se puede ver,
la ternura de saber
que mi padre me quería.

Aprendía día por día
que el amor, la comprensión,
el callar a veces evitando replicar
con gesto exasperado,
evitando el silencio mustio
con odio en la mirada,
la retirada airada,
poneniendo distancia al llamado de atención,
supe que es solo rebelión de atrevida intención.

Me enseño a no dar pié
al visbeo de malintencionados vecinos,
comportándose con buen tino.
Tener fé en Dios
saberle Omnipotente
ser de Él obediente.

Pasé feliz juventud,
sin que se hable
de cosas de mayores
que solo llenar de dudas
malicias e intrigas confusas
que nublan tu virtud
y desvirtúan tu crecer en plenitud.
¡Qué sabio mi viejo!
“todo a su tiempo
tu tiempo de saber”
replicaba mi padre
con una mirada dulce
del que sabe a su hijo querer.

Me veo ahora como la doncella
del Quijote, aquella… la del Toboso.
El hombre, muy hombre
con una vida caminaba,
cuidaba de su hija cual Rigoletto
y lo hacía con señoría y elegancia, por nada,
sin que se quejara de lo que le costaba.
Con los años comprendí
el llanto desesperado y la aflicción,
al perder a su niña y el porqué del “enano”
que Verdi creó en su opera
marcando la maldad del ser humano
y con él lloré su desesperación,
al aprehender su intención.
Allí tomé conciencia
de los dones obsequiados,
que sellaron guardando
lo que os he narrado.
Hasta acá he llegado
con la sonrisa en el alma,
afirmando que buenos frutos
han dado las siembras de los que mares cruzaron
trayendo en el pecho a Dios Omnipotente,
y en sus brazos crisálidas
que hilaron néctares
de los que he recogido
mi parte, que de buenos,
con su amor, él, ya me había demostrado.

Esta es mi breve historia,
de lo mucho que guarda
mi memoria,
pero he narrado suficiente
para que mi experiencia cierta
te afirme que el amor
solo con amor se paga
y quien goce de algo parecido,
lo analice y guarde en su memoria
porque con la misma moneda
hasta que el cielo se opaque,
se moverá sobre la tierra,
porque su tiempo ha fenecido.

Si de vida, poco me queda
deseo confezar mi amor
que quizá tardío,
y disfrutarlo ya no pueda.
Esta dulzura que yo siento al nombrarte “Padre”
se agiganta al recordarte,
y mis lágrimas afloran silenciosas, amargas
e irremediables, pero hermosas.
Te amo, Padre,
te amo tal cual fuistes.
Cae la lluvia alegremente
en esta tarde de verano
donde resido entre cerro y mar
gozo de la paz interior,
de la certeza de saber amar.
¿Dónde estas mi sueño?
¿ahora sueño de verano?,
pienso en tí en vano
¿qué es de tus pensamientos?
de mis sueños…
¿qué estan vacías mis manos?

1 comentario:

esthela dijo...

Hola querida Charo, he leido su pagina y me parecio muy emocionante con que amor se dirige a su padre.
le dejo mi cariño, y espero que se encuentre muy bien.

Esthela Brizuela