jueves, 21 de febrero de 2008

Le voy a contar algo para que medite:

MISERICORDIA DIVINA

Dios creó el Universo; dentro de los millares de planetas, estrellas, lunas y soles, dió preferencia a la que más tarde se llamaría Tierra. ¿Por qué? Porque la creó especialmente para que vivieran las criaturas humanas a las que dotó de alma inmortal y que constituyeron su obra preferida. Por ello, con su inmenso amor de padre, quiso protegerlas y para ello consideró, que no podía haber nada mejor, que un grupo de su ejército de Ángeles. Así es que los eligió cuidadosamente, destinando un Ángel para cada criatura y les llamó desde entonces, “Ángeles de la Guarda”.
De pronto, se dió cuenta el Divino Creador, que aquellos eran muchísimos, tantos como criaturas poblaban la Tierra, por lo que decidió entonces, regalarles, por grupos, una preciosa Estrella, a todos de colores diferentes.
Hoy te voy a contar la historia de uno de esos Angelitos, de los que juegan en la Estrella Rosada, y, si te gusta, te contaré muchas más.
¿De acuerdo?

Uli formaba parte del grupo de Ángeles a los que Dios había regalado la Estrella Rosada. Allí se habían divertido muchísimo jugando con los hilitos de luces plateadas escapados de la Luna.
También se entretenían mirando los planetas, soles y miles de miles de estrellas que colmaban el espacio. Pero nada les había llamado tanto la atención como no fuera aquel planeta casi redondo, con la forma de un chato pomelo que giraba sobre sí como una calesita. Y esos pequeños seres que poblaban los espacios secos de los que luego se enteraron que eran los causantes del nombre “Tierra”, palabra que provocó gran discusión, pués a unos les gustaba y a otros no. Pero esta es otra historia, así que la dejaremos para otra oportunidad. Por ahora estaban entusiasmados en descubrir un ser humano de esos lugares que necesitara protección.
Así como Lu encontró a Jorgito el canillita, cuya historia ya te narré, Uli se fijo en Ramoncito.
Todo ocurrió al anochecer de un día de otoño. Eran ya casi las diecinueve horas cuando un niñito muy pálido con enormes ojeras alrededor de sus tristes y hermosos ojos, entró tímidamente en un lugar de oficinas públicas donde trabajaban muchísimas personas.
Ramoncito se acercó -sacando fuerzas de flaqueza- a una de las ventanas de la oficina principal cerca de las cuales observaba a una de las empleadas revisando numerosos papeles. Con un murmullo de su boca reseca pidió: -Por favor, señora, vivo muy lejos y es muy tarde… me da para el ómnibus… ¿por favor? repitió.
Uli, que por casualidad revoloteaba por allí, como un Plutón de suavísima seda, se detuvo sobrecogido y expectante.
La señora, al oír la voz pequeñita, dejó de lado sus tareas mirando atentamente la carita del pequeñuelo. Y vió tanta, tanta tristeza, que su corazón se encogió dolorosamente dentro de su pecho.
-¿Por qué andas solito a estas horas si vives tan lejos como dices? -Preguntó con suavidad.
-Porque mamá me mandó al supermercado a pedir recortes de pan, respondió el niño enrojeciendo ostensiblemente.
-¡Ah!, dijo la señora… ¿tu mamá te mandó?
-Sí, ella tiene que cuidar a dos hermanitos míos.
-¿Más chiquitos que tú?
-Sí, el último es un bebé de poquitos días. Mamá no se siente bien.
-¿Trabaja?
-No puede por mis hermanitos, pero yo ayudo… lustro zapatos.
-La señora se avergonzó por haber preguntado tanto. Pensó que el pequeño tenía hambre. Sacó de su bolso unos bizcochos que había reservado para sus hijos y sin pensarlo dos veces, los entregó al niño. Este se sentó al pie de la ventana y devoró más que comió.
Uli rebozaba de contento al constatar la bondad de la mujer.
Cuando terminó los bizcochos, el chiquilín se levantó silenciosamente y comenzó a caminar hacia la puerta de salida, entonces… entonces la señora lo llamó: -Chiquito, no te vallas, aún no te di para el ómnibus.
-¡Pero señora ya me dio sus bizcochos!, no puedo pedirle más, ¡gracias!
El Angelito Uli sintió que sus ojitos se llenaban de lágrimas, pero respiró hondo y siguió observando.
También la señora sintió eso que la gente describe como “un nudo en la garganta”, pero sobreponiéndose entregó al niño las únicas monedas que guardaba para su propio transporte en ómnibus.
Uli no podía creer lo que veía. Volaba en círculos, se elevaba y bajaba produciendo en el aire una música celestial que los humanos, por ser humanos, no pueden escuchar. Uli consideró que la buena mujer también vivía muy lejos y que merecía una recompensa por su buena acción, de manera que rozó el bolso de ella con sus alitas y ¡Oh!, ¡milagro!, en él apareció un billete que de ninguna manera podía dejar de verse. Hecho esto, murmuró el nombre de Dios y muy contento, se sentó sobre la cabecita del pequeñuelo quien nada sintió, ni imaginó la compañía que desde ese momento en más, tendría constantemente.
En ese momento escuchó que la señora preguntaba: -¿Cómo te llamas?
-Ramón.
-Ramoncito, dijo dulcemente la mujer. Cuando te manden por estos lados, vuelve a visitarme, no dejes de viajar en el ómnibus. Cuídate mucho… prométeme que volverás.
-Sí, señora, yo vendré a verla, es Ud., muy buena, ¡Adiós!
Uli también habló con la voz de los Ángeles y dijo: -¡A DIOS GRACIAS!
A éste niño, con la anuencia del Señor, lo cuidaré yo.
Mientras tanto, la señora muy preocupada por Ramoncito, por su tristeza, por su evidente carencia de alimentos, se volvió lentamente para tomar su bolso. Fue entonces cuando vió aquel billete que asomaba de uno de sus bolsillos.
-¡Dios mío!, se dijo, ¡esto es un milagro!, ¡pero si yo no tenía más dinero! ¡Gracias Señor!, murmuró, ni Ramoncito ni yo caminaremos, ¡qué suerte!.
Uli sentado sobre la cabecita de Ramoncito supo lo que estaba ocurriendo allá en la oficina y se sentía feliz, su cara estaba coloradita y él, nerviosamente soplaba los rizos que le caían sobre la frente haciéndole cosquillas.
Cuando ambos llegaron al supermercado, Uli vio los recortes de pan que estaban destinados a Ramoncito, amontonados contra la pared sobre el piso grasoso y sucio. Uli desplegó sus alitas, voló sobre el lugar y regresó con un señor, que por su aspecto, era el dueño del negocio. Uli se posó sobre una góndola y esperó.
El señor, miró al pequeño que recogía aquellos desperdicios y enrojeció violentamente. Ramoncito al sentirse observado y al ver el color del rostro del hombre quedó paralizado de susto. Lo miró con los ojos llenos de lágrimas mientras decía: -Perdón Señor, me los dieron, explicó señalando lo que recogía.
-Mira hijo, ¡si yo no te digo nada!, pero, prosiguió, deja eso, no sirve para comer.
-Señor, por favor, suplicó el niño, a nosotros nos viene muy bien, y en pocas palabras contó al dueño del negocio la situación de su hogar.
-¿Tenés papá? Preguntó el hombre.
-No, señor.
-¿Te animás a ser mi secretario?
-¿Yo????
-¡Sí!. Yo tengo las piernas con un poquito de reuma, ¿sabés?, y debo subir y bajar las escaleras hasta las dependencias de administración en el primer piso. Y no puedo, cada vez me cuesta más hacerlo. Tú me ayudarías llevando y trayendo mensajes y yo le pagaría a tu mamita por tu trabajo y así no pasarían necesidades.
-¿Llevar y traer mensajes y papeles? Preguntó incrédulo Ramoncito.
-Exacto. Nada más que eso y cuando no hayan mensajes ni papeles te pondrás a estudiar porque también no tienes que faltar a la escuela.
Ramoncito sintió que su pecho explotaba de alegría. Abrió en toda su extensión sus brazos y saltó hacia su interlocutor que lo recibió en los suyos profundamente emocionado. Por primera vez en muchos años, el rico comerciante sintió el sabor -salado y dulce a la vez- de sus lágrimas.
-Ven, dijo carraspeando para disimular, llevaremos algo a tu casa y hablaremos con tu mamá.
Uli, loco de contento, se sofocaba. En sus volteretas, se enredaba en los hilos luminosos de la Luna que sonaban como cascabelitos del más fino cristal. ¡¡¡Cuando les contara a sus compañeritos, allá en la Estrella Rosada!!!

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En esa noche de otoño los hombres observaron como las estrellas brillaban en forma desusada, parecían haberse acercado a la Tierra para presenciar algo muy hermoso, mientras los hilos plateados de la Luna, por los que bajan los Angelitos de la Estrella Rosada, chocaban entre sí con alegría incontenible, emitiendo sonoridades que hacían sonreír al Creador.

San Fernando del Valle de Catamarca, Junio de 1980.

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