viernes, 29 de febrero de 2008

Conozcamos partes de una ¡Verdad! de nuestros Maestros Catamarqueños

Aguas Calientes - Catamarca
“La realidad de los docentes, la verdad a “mi manera”.

Una entrevista a Ernesto Gordillo, docente en el lugar y oriundo del Dpto. Fray Mamerto Esquiú (sito en La Carrera, Catamarca).
Nos encontramos en un pasillo del Consejo de Educación de Catamarca, sabía que su salud estaba deteriorada, así que fue una alegría que la casualidad me hiciera encontrarlo.
-“Mire, señora, cuando llegué al lugar denominado “Aguas Calientes”, -me dijo con una sonrisa indescifrable en los ojos de raro color verde celeste que resaltaban en ese rostro de piel dorada por le viento sonda y el sol norteño-; “Cuando llegué a Aguas Calientes -repitió luego de un respiro- deposité mis dos valijas arcaicas de un cuero español, en el suelo rocoso, me senté arriba de ellas y aflojé… no me da vergüenza contárselo, aflojé como un mozalbete asustado o como un viejo decrépito lleno de miedos por el desamparo que intuía… y lloré, lloré sin taparme la cara, sollozando, mirando a través de esa niebla borrosa que desdibuja lo que tiene frente suyo, lágrimas amargas, espesas de tanto estar almacenadas en algún lugar escondido del cuerpo y del alma”.
“La descarga emocional me hizo bien.
Me Serenó, no sentí vergüenza alguna, la causa era justa, esa causa que nadie querría ver; la causa docente menospreciada, pisoteada, no reconocida ni por aquellos que gozaban de altos puestos políticos a quienes recordábamos con sus manitas dentro de las nuestras iniciándolos en el camino de la cultura”.
“¡Ay, pucha!, si de ganas de desnudarlos de todo con que se los cubrió; y ahora lucen como recién llegados en nave espacial para enseñarnos, ¡ellos!.
“¡Y sí, a vivir con monedas y rotosos!” –exclamó.
-No se enoje, -me escuché decir- de desagradecimiento a los educadores viene, que yo recuerde, de los años 48’ y más.
La verdad es que da rabia porque ello que, en avance, la falta de respeto por quienes estudiaban lo vi durante el proceso y eso siguió deslizándose como una bola de nieve que ahora nos ahoga.
-“Vea, me respondió, ya no se aguanta”.
“Los que venimos de tierra adentro con la ilusión de solucionar problemas, sabiendo ambas partes que el tiempo es oro para nosotros, nos hacen esperar mañanas, tardes enteras y… “¡vuelva mañana!”.
“Esa desconsideración es la que infarta, la impotencia, el andar rogando que lo escuchen a uno de oficina en oficina casi siempre con resultados adversos y que por razones de licencias, que no se puede abandonar una escuelita más de lo que te marca el reglamento, nos vuelve hipertensos, nos deteriora la salud”, -terminó impotente y desanimado.
Yo lo miré a los ojos.
Me estremecí al ver esos ojos enrojecidos, al borde de las lágrimas y me sentí mal.


De esto hay más para contar, es solo el comienzo. ¿Es de tu interés conocerlo?

jueves, 21 de febrero de 2008

Le voy a contar algo para que medite:

MISERICORDIA DIVINA

Dios creó el Universo; dentro de los millares de planetas, estrellas, lunas y soles, dió preferencia a la que más tarde se llamaría Tierra. ¿Por qué? Porque la creó especialmente para que vivieran las criaturas humanas a las que dotó de alma inmortal y que constituyeron su obra preferida. Por ello, con su inmenso amor de padre, quiso protegerlas y para ello consideró, que no podía haber nada mejor, que un grupo de su ejército de Ángeles. Así es que los eligió cuidadosamente, destinando un Ángel para cada criatura y les llamó desde entonces, “Ángeles de la Guarda”.
De pronto, se dió cuenta el Divino Creador, que aquellos eran muchísimos, tantos como criaturas poblaban la Tierra, por lo que decidió entonces, regalarles, por grupos, una preciosa Estrella, a todos de colores diferentes.
Hoy te voy a contar la historia de uno de esos Angelitos, de los que juegan en la Estrella Rosada, y, si te gusta, te contaré muchas más.
¿De acuerdo?

Uli formaba parte del grupo de Ángeles a los que Dios había regalado la Estrella Rosada. Allí se habían divertido muchísimo jugando con los hilitos de luces plateadas escapados de la Luna.
También se entretenían mirando los planetas, soles y miles de miles de estrellas que colmaban el espacio. Pero nada les había llamado tanto la atención como no fuera aquel planeta casi redondo, con la forma de un chato pomelo que giraba sobre sí como una calesita. Y esos pequeños seres que poblaban los espacios secos de los que luego se enteraron que eran los causantes del nombre “Tierra”, palabra que provocó gran discusión, pués a unos les gustaba y a otros no. Pero esta es otra historia, así que la dejaremos para otra oportunidad. Por ahora estaban entusiasmados en descubrir un ser humano de esos lugares que necesitara protección.
Así como Lu encontró a Jorgito el canillita, cuya historia ya te narré, Uli se fijo en Ramoncito.
Todo ocurrió al anochecer de un día de otoño. Eran ya casi las diecinueve horas cuando un niñito muy pálido con enormes ojeras alrededor de sus tristes y hermosos ojos, entró tímidamente en un lugar de oficinas públicas donde trabajaban muchísimas personas.
Ramoncito se acercó -sacando fuerzas de flaqueza- a una de las ventanas de la oficina principal cerca de las cuales observaba a una de las empleadas revisando numerosos papeles. Con un murmullo de su boca reseca pidió: -Por favor, señora, vivo muy lejos y es muy tarde… me da para el ómnibus… ¿por favor? repitió.
Uli, que por casualidad revoloteaba por allí, como un Plutón de suavísima seda, se detuvo sobrecogido y expectante.
La señora, al oír la voz pequeñita, dejó de lado sus tareas mirando atentamente la carita del pequeñuelo. Y vió tanta, tanta tristeza, que su corazón se encogió dolorosamente dentro de su pecho.
-¿Por qué andas solito a estas horas si vives tan lejos como dices? -Preguntó con suavidad.
-Porque mamá me mandó al supermercado a pedir recortes de pan, respondió el niño enrojeciendo ostensiblemente.
-¡Ah!, dijo la señora… ¿tu mamá te mandó?
-Sí, ella tiene que cuidar a dos hermanitos míos.
-¿Más chiquitos que tú?
-Sí, el último es un bebé de poquitos días. Mamá no se siente bien.
-¿Trabaja?
-No puede por mis hermanitos, pero yo ayudo… lustro zapatos.
-La señora se avergonzó por haber preguntado tanto. Pensó que el pequeño tenía hambre. Sacó de su bolso unos bizcochos que había reservado para sus hijos y sin pensarlo dos veces, los entregó al niño. Este se sentó al pie de la ventana y devoró más que comió.
Uli rebozaba de contento al constatar la bondad de la mujer.
Cuando terminó los bizcochos, el chiquilín se levantó silenciosamente y comenzó a caminar hacia la puerta de salida, entonces… entonces la señora lo llamó: -Chiquito, no te vallas, aún no te di para el ómnibus.
-¡Pero señora ya me dio sus bizcochos!, no puedo pedirle más, ¡gracias!
El Angelito Uli sintió que sus ojitos se llenaban de lágrimas, pero respiró hondo y siguió observando.
También la señora sintió eso que la gente describe como “un nudo en la garganta”, pero sobreponiéndose entregó al niño las únicas monedas que guardaba para su propio transporte en ómnibus.
Uli no podía creer lo que veía. Volaba en círculos, se elevaba y bajaba produciendo en el aire una música celestial que los humanos, por ser humanos, no pueden escuchar. Uli consideró que la buena mujer también vivía muy lejos y que merecía una recompensa por su buena acción, de manera que rozó el bolso de ella con sus alitas y ¡Oh!, ¡milagro!, en él apareció un billete que de ninguna manera podía dejar de verse. Hecho esto, murmuró el nombre de Dios y muy contento, se sentó sobre la cabecita del pequeñuelo quien nada sintió, ni imaginó la compañía que desde ese momento en más, tendría constantemente.
En ese momento escuchó que la señora preguntaba: -¿Cómo te llamas?
-Ramón.
-Ramoncito, dijo dulcemente la mujer. Cuando te manden por estos lados, vuelve a visitarme, no dejes de viajar en el ómnibus. Cuídate mucho… prométeme que volverás.
-Sí, señora, yo vendré a verla, es Ud., muy buena, ¡Adiós!
Uli también habló con la voz de los Ángeles y dijo: -¡A DIOS GRACIAS!
A éste niño, con la anuencia del Señor, lo cuidaré yo.
Mientras tanto, la señora muy preocupada por Ramoncito, por su tristeza, por su evidente carencia de alimentos, se volvió lentamente para tomar su bolso. Fue entonces cuando vió aquel billete que asomaba de uno de sus bolsillos.
-¡Dios mío!, se dijo, ¡esto es un milagro!, ¡pero si yo no tenía más dinero! ¡Gracias Señor!, murmuró, ni Ramoncito ni yo caminaremos, ¡qué suerte!.
Uli sentado sobre la cabecita de Ramoncito supo lo que estaba ocurriendo allá en la oficina y se sentía feliz, su cara estaba coloradita y él, nerviosamente soplaba los rizos que le caían sobre la frente haciéndole cosquillas.
Cuando ambos llegaron al supermercado, Uli vio los recortes de pan que estaban destinados a Ramoncito, amontonados contra la pared sobre el piso grasoso y sucio. Uli desplegó sus alitas, voló sobre el lugar y regresó con un señor, que por su aspecto, era el dueño del negocio. Uli se posó sobre una góndola y esperó.
El señor, miró al pequeño que recogía aquellos desperdicios y enrojeció violentamente. Ramoncito al sentirse observado y al ver el color del rostro del hombre quedó paralizado de susto. Lo miró con los ojos llenos de lágrimas mientras decía: -Perdón Señor, me los dieron, explicó señalando lo que recogía.
-Mira hijo, ¡si yo no te digo nada!, pero, prosiguió, deja eso, no sirve para comer.
-Señor, por favor, suplicó el niño, a nosotros nos viene muy bien, y en pocas palabras contó al dueño del negocio la situación de su hogar.
-¿Tenés papá? Preguntó el hombre.
-No, señor.
-¿Te animás a ser mi secretario?
-¿Yo????
-¡Sí!. Yo tengo las piernas con un poquito de reuma, ¿sabés?, y debo subir y bajar las escaleras hasta las dependencias de administración en el primer piso. Y no puedo, cada vez me cuesta más hacerlo. Tú me ayudarías llevando y trayendo mensajes y yo le pagaría a tu mamita por tu trabajo y así no pasarían necesidades.
-¿Llevar y traer mensajes y papeles? Preguntó incrédulo Ramoncito.
-Exacto. Nada más que eso y cuando no hayan mensajes ni papeles te pondrás a estudiar porque también no tienes que faltar a la escuela.
Ramoncito sintió que su pecho explotaba de alegría. Abrió en toda su extensión sus brazos y saltó hacia su interlocutor que lo recibió en los suyos profundamente emocionado. Por primera vez en muchos años, el rico comerciante sintió el sabor -salado y dulce a la vez- de sus lágrimas.
-Ven, dijo carraspeando para disimular, llevaremos algo a tu casa y hablaremos con tu mamá.
Uli, loco de contento, se sofocaba. En sus volteretas, se enredaba en los hilos luminosos de la Luna que sonaban como cascabelitos del más fino cristal. ¡¡¡Cuando les contara a sus compañeritos, allá en la Estrella Rosada!!!

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En esa noche de otoño los hombres observaron como las estrellas brillaban en forma desusada, parecían haberse acercado a la Tierra para presenciar algo muy hermoso, mientras los hilos plateados de la Luna, por los que bajan los Angelitos de la Estrella Rosada, chocaban entre sí con alegría incontenible, emitiendo sonoridades que hacían sonreír al Creador.

San Fernando del Valle de Catamarca, Junio de 1980.

viernes, 8 de febrero de 2008

YO, PEQUEÑITA, Y MI PADRE

Solo creo que mi experiencia
arranca en la sabiduría,
de mi crianza, la de esa gente
que vino no sé de donde
allende el mar, lejos a porfía.
¿El mapa? –tal vez ni lo conocían
¿Yo?... tampoco y por ello no preguntaba
no preguntaba… porque no sabía
que los mapas existían.
Ella, mi madre mayor,
de la Biblia regocijaba su esplendor
y palmo a palmo conocí
su real sabiduría
que si un proverbio comentaba
con una anécdota feliz la cimentaba.
Yo aprendía dichosa,
¡Qué curioso! ¡qué extraño!
con tan pocos años… ya en esas cosas!

Hasta recitaba algún Salmo
que murmuraba suave,
en tono seguro y calmo.
Y en esas anocheceres de antaño
aprendí a mirar al Cielo,
a descurbrir el magnifico Lucero,
y a maravillarme de la redondez de la Luna.
Allí comenzó mi acumulación de Fortuna.
Así se armó mi experiencia
poco a poco se cimentó mi decencia,
y aprendí que con dulzura
no hay humano que te de gota de amargura.

Recuerdo el silencio
de mi padre allí escuchando
mi relato, paso a paso mi quehacer diario,
con un gesto aprobando
o con el ceño en un gesto severo
su desacuerdo manifestando.

Noches había
en que él salía.
¿Qué de quedarme sola
miedo tenía?
No me avergüenza
confesar que sí,
hasta que me dormía.
Yo le sentía cuando al volver,
la tibieza de sus manos
abriendo mis puños cerrados,
en mi pecho creía lo que
no se puede ver,
la ternura de saber
que mi padre me quería.

Aprendía día por día
que el amor, la comprensión,
el callar a veces evitando replicar
con gesto exasperado,
evitando el silencio mustio
con odio en la mirada,
la retirada airada,
poneniendo distancia al llamado de atención,
supe que es solo rebelión de atrevida intención.

Me enseño a no dar pié
al visbeo de malintencionados vecinos,
comportándose con buen tino.
Tener fé en Dios
saberle Omnipotente
ser de Él obediente.

Pasé feliz juventud,
sin que se hable
de cosas de mayores
que solo llenar de dudas
malicias e intrigas confusas
que nublan tu virtud
y desvirtúan tu crecer en plenitud.
¡Qué sabio mi viejo!
“todo a su tiempo
tu tiempo de saber”
replicaba mi padre
con una mirada dulce
del que sabe a su hijo querer.

Me veo ahora como la doncella
del Quijote, aquella… la del Toboso.
El hombre, muy hombre
con una vida caminaba,
cuidaba de su hija cual Rigoletto
y lo hacía con señoría y elegancia, por nada,
sin que se quejara de lo que le costaba.
Con los años comprendí
el llanto desesperado y la aflicción,
al perder a su niña y el porqué del “enano”
que Verdi creó en su opera
marcando la maldad del ser humano
y con él lloré su desesperación,
al aprehender su intención.
Allí tomé conciencia
de los dones obsequiados,
que sellaron guardando
lo que os he narrado.
Hasta acá he llegado
con la sonrisa en el alma,
afirmando que buenos frutos
han dado las siembras de los que mares cruzaron
trayendo en el pecho a Dios Omnipotente,
y en sus brazos crisálidas
que hilaron néctares
de los que he recogido
mi parte, que de buenos,
con su amor, él, ya me había demostrado.

Esta es mi breve historia,
de lo mucho que guarda
mi memoria,
pero he narrado suficiente
para que mi experiencia cierta
te afirme que el amor
solo con amor se paga
y quien goce de algo parecido,
lo analice y guarde en su memoria
porque con la misma moneda
hasta que el cielo se opaque,
se moverá sobre la tierra,
porque su tiempo ha fenecido.

Si de vida, poco me queda
deseo confezar mi amor
que quizá tardío,
y disfrutarlo ya no pueda.
Esta dulzura que yo siento al nombrarte “Padre”
se agiganta al recordarte,
y mis lágrimas afloran silenciosas, amargas
e irremediables, pero hermosas.
Te amo, Padre,
te amo tal cual fuistes.
Cae la lluvia alegremente
en esta tarde de verano
donde resido entre cerro y mar
gozo de la paz interior,
de la certeza de saber amar.
¿Dónde estas mi sueño?
¿ahora sueño de verano?,
pienso en tí en vano
¿qué es de tus pensamientos?
de mis sueños…
¿qué estan vacías mis manos?

miércoles, 6 de febrero de 2008

EL EXPEDIENTE DELMI

Los sentimientos de Delmi eran muy encontrados. Por un lado el cariño incontrolable que sentía hacia sus hijos y por otro el odio y rencor que sentía sofocar lo mejor de sí misma, hacia su marido. Desfiguraba su rostro el solo recuerdo de -ahora considerado absurdo- voto que, pese a los años transcurridos, resonaban en sus oídos… “hasta que la muerte los separe”.
El expediente de Delmi guardado en una gaveta del Instituto Psiquiátrico en el que la internaron cuando quizás ya era tarde para un tratamiento positivo, cuando musitaba incoherencias, que, obviamente encubrían sus tremendas heridas psíquicas. Pese a lo que los especialistas diagnosticaban con académicas razones lo incurable consigo misma: -“Mi querido hijo, cuando le quiero dar mi versión de mi desesperación me pone un dedo sobre mi boca para acallarla y trata con dulzura explicarme que lo mío es anecdótico, cosa pasada, que “ya fue” o que “imagino” cosas. Yo creo que si me escuchara, me dejara hablar, me diera lugar a desahogar esta rabia que me produjeron tanto trabajo, tanto silencio, tanta mirada burlona que mi educación no podía responder ni admitir, si alguien, por ejemplo el Psiquiatra no jugará con su bolígrafo cuando yo le hablo y tan si quiere mirara directo a mis ojos, comprendería que el ser humano por más adiestrado que hayan sido dotados con los dones conque durmamos no puede subsistir dormir tres horas por día durante… ¿incontrolables años?... ¡años!
-Pero yo estoy preparada para callar… no hablar por que de lo mucho que hay en el corazón habla la boca… y eso es, preparar el meollo para feas situaciones. Ahí está… me salió de un tirón.
La muerte de él, el marido de Delmi, no atenuó para nada la situación creada en el Instituto. Ella seguía como en una nebulosa y lo único que denunciaba su intensa vida interior, era la mirada: profunda, oradante, inquisitiva, a veces escalofriante. Pero todos parecían ignorar estos indicios. Los medicamentos se repetían irrespetuosamente hasta que Delmi, por cuenta propia, dejó de ingerirlos. Los escondía y tiraba puntualmente.
Amaneció un día en que Delmi volvió a tomar conciencia de lo que pasaba a su alrededor. Su entorno absoluto se evaporó y liberó su mente. Su vida interior afloró como aflora con tremendo impulso el oro negro del seno de la tierra, se enriqueció todo lo vital de su cuerpo y sintió la vida correr por sus venas y arterias como un himno jamás escuchado hasta ese momento.
Sabiamente comenzó a mostrar su nuevo estado de a poco, cautamente.
Delmi volvió a soñar. ¡Tanto tiempo de obnubilación!
Volver a su querida casa. Su amplia cama junto a la ventana y a mirar y admirar esa estrella roja que solía desvelar su descanso. ¡Ahora, Señor, que alegría no dormir por observar su lenguaje de luces!
-Ay Delmi, Delmi, todavía la estrella es tuya, es tu guardiana, todavía estás viva.

JUICIO Y SENTENCIA

Lo que ya es viejo y se afana en coger mocedades
se torna repugnante, payaso sin orgullo, indignante.
En el reverso, lo nuevo, lo joven todo turgencias,
pujante, exigiendo ante vírgenes inocentes sueños y
deseos, solo logran dejar recuerdos abominables
de fracasados devaneos.
La muerte asqueada de todo esto dijo: ¡Basta!
¡Basta!, de fracasos repugnantes,
llegaron al ocaso y es bastante,
finalizar lo observado es mi deber
y con mi espada de justicia cercenar
esto, ¡que ni siquiera debió ser!!!