martes, 18 de marzo de 2008

TE CUENTO DE SANTA MARÍA-CATAMARCA.


Santa María conforma un pedazo de suelo catamarqueño, para mí muy particularmente querido. He recorrido personalmente sus caminos, sus senderos y sus huellas desde San José, 14 km. más allá de la ciudad del Departamento, acompañando a mi hijo en sus socorros médicos.
Aprendí a amar, respetar y comprender los colores que Dios pintó con sus pinceles divinos el mundo que creara y quedara, salvo el trabajo de la naturaleza, el desgaste del tiempo, quizás tal como entonces.
Cuando se llega, como me ocurriera, desde un privilegiado suelo de verdes matices a transitar ya, desde la Ciudad de Santa María hacia el pueblecito de San José; se llena el alma y los ojos de la blancura de la arena, de los pequeños cerros listados con franjas moradas, violáceas, distintas gamas de marrones, insinuaciones de verde en un juego de colores fríos por la aridez de la región. “Sí este lugar tuviera agua… he pensado no pocas veces quizás se convertiría en un vergel…
¿Qué está haciendo falta entonces?.
Simplemente un dique.
Así de simple señora. - Me contestó un hombre de cutis oscuro, pómulos salientes y mirada profunda, impenetrable.
Santa María, Departamento ubicado al noroeste de la provincia de Catamarca y a una distancia de mas o menos 334 Km. de la capital, luce a 2.000 mts. sobre le nivel del mar. Este Dpto., está perfectamente demarcado de Belén por las Sierras de Quilmas y del Cajón en la parte oeste, entre El Aconquija por el este, en la parte sur está el Dpto. de Andalgalá y finalmente al norte limita con las provincias de Salta y Tucumán. Su superficie en Km. está dada en 7.023, cuenta con 18.000 habitantes cuya mayoría son descendiente de los primitivos moradores y dueños de esas tierras: los Diaguitas. Estos indígenas de cultura avanzada y gran pujanza, supieron oponer sus fuerzas al avance de los primeros conquistadores a los que vieron no pocas veces; a punto de hacerlos desistir en sus intentos de ocupación y penetración, mostrando una estrategia poco común según el decir de sus últimos descendientes, quienes conocieron a través de sus mayores, las formidables ideas de defensa que pusieron en práctica atrincherándose en cerros escabrosos no accesibles para los “intrusos”. Al respecto existen muchas anécdotas y leyendas de las que contaremos más adelante. Particularmente tuve la suerte de llegar muy cerca de esos reductos –ahora protegidos de los buscadores de antigüedades- y debo manifestar haber sentido lo que quizás sintieron los actuales dueños de estas tierras.

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